Clavijero y Tezcatlipoca

Tezcatlipoca


 Clavijero S.J. 9 sep.1731-2 abril 1787





 .
Historia Antigua de México
Autor: Francisco Javier Clavijero
Edición y prólogo del R. P. Mariano Cuevas
Editorial Porrúa, S. A. México1968.


Es el  mayor dios  que se adoraba en aquella tierra, escribió desde la biblioteca del Vaticano el padre Francisco Javier Clavijero en el siglo dieciocho. Su nombre significa espejo resplandeciente: “Era el Dios de la providencia, el alma del mundo, el creador del cielo y de la tierra, y el señor de todas las cosas”.

Era el dios vivo  que resucitaba, o renacía, en el mismo día y momento en que moría. Simbolizaba el acto de nacer y morir de la humanidad y de los fenómenos celestes como el día y la noche o de la agricultura como el invierno y la primavera. En la humanidad entre el ser niño o ser viejo y en la guerra el vencer y el perder. Por eso entre los aztecas, que era el contexto cultural en el que se le adoraba, la guerra era una especie de deporte. Había guerras de conquista para exigir tributo, como es común. Pero también guerras fingidas ( guerras floridas, atlachinolli o aguaquemada) para tener prisioneros y sacrificar a sus dioses.

 El modo en que Tezcatlipoca renacía  es uno de los más impresionantes sucesos   que se tenga memoria del mundo prehispánico. Un joven era investido, y vestido, hasta por el propio rey, con la más grande reverencia. Durante un año se le adoraba como el dios vivo. Se le asignaban cuatro muchachas para que vivieran con él como sus mujeres. Era el rito de la fertilidad. Exactamente un día señalado se le llevaba en una canoa a un cierto lugar  en el sureste del gran lago de México y, sin más, cuatro o seis sacerdotes de su orden “Tlamacazqui” (Tlamatzincatl era otro de sus nombres) lo ponían boca arriba y en vivo le sacaban el  corazón de un solo tajo de cuchillo de vidrio volcánico u obsidiana. Su cuerpo era llevado a la población donde se le preparaba y se le comía como un alimento sagrado. En ese mismo día y  momento en México- Tenochtitlán otro joven estaba siendo investido por el rey para ser  dios Tezcatlipoca durante el año en curso.   

Tezcatlipoca tiene al menos 35 nombres diferentes (imágenes o avatares en otros dioses) y esto guarda relación con tantos aspectos de la vida práctica, la mitología y el ritual, que abarca su sacerdocio. Clavijero habla en pasado pero de alguna manera a Tezcatlipoca sigue adorándosele en las más de cincuenta etnias que existen en México en el siglo veintiuno. El mismo mestizaje de la ciudad lo tiene vivo de manera inconsciente en una serie de prácticas diarias.  Es común escuchar algún remedio de carácter herbolario. Por ejemplo: “Mezcle usted ruda con alcohol y déjela serenar por cinco noches”. Pocos saben que  ese es el  tiempo que el remedio debe pasar bajo la luz de las estrellas.  Tezcatlipoca  Yayauhqui (Tazcatlipoca Negro) es el señor de la noche y bendice tal remedio. En el “metro” y en todas partes de la ciudad de México se venden golosinas en barras de  amaranto mezclados los granos de esta planta con miel. Y era precisamente con amaranto y miel con lo que se hacían las figuras antropomorfas de Tezcatlipoca para servir de alimento sagrado, ritualizado,a los pueblos, al menos del Valle de Mexico, que es donde se da desde la antigüedad el amaranto.

Sus elementos de identificación de Tezcatlipoca son una pierna cercenada y un espejo de obsidiana. El mes en el que de manera particular se le adoraba era en mayo, que en el calendario mexicano se llama Toxcatl. Clavijero dice que el 17 de mayo era el día que se iniciaban las festividades. Otros autores dan fechas diferentes aunque cercanas. Fray Diego Durán dice que era el 9 de mayo. Fray Bernardino de Sahagún cree que el 27 de abril.

Tezcatlipoca era el numen tutelar de los hechiceros “hijos de la oscuridad” quienes tenían la capacidad de trasformarse y agarrar la figura de ciertos animales ya fuera jaguar, coyote o zorro. Todo en la perspectiva terapéutica y no debe confundirse con la tradición nocturna patológica  procedente de Europa llena de vampiros, brujas y demonios de toda clase.

Un rito de iniciación para el joven azteca era pasar una o varias noches solo en el bosque montañoso.Era vivir envuelto  entre las sombras sagradas, benéficas, agradables,del dios Tezcatlipoca. Desde  la conquista española las sombras de la noche en el bosque están pobladas de demonios. Esa es la razón que al mexicano, sobretodo al de la ciudad,le es casi imposible pernoctar solo en la montaña.

A Tezcatlipoca se le adoraba de manera especial en pueblos a la redonda del volcán Popocatépetl. Por eso se considera, en el alpinismo mexicano, que esta alta montaña es el avatar de Tezcatlipoca. Tales son los pueblos como  Cholula (este), San Juan Tianquizmanalco (sureste), Tetela del Volcán (sur), Chalco-Amecameca (noroeste), Tlamacazcalco (norte).

En tiempos recientes se han realizado investigaciones académicas de mucha profundidad de este dios como la de Guilhem Olivier: Tezcatlipoca, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 2004.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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