Los etruscos

 Título: Los Etruscos
Autór:Alain Hus
Editorial: Fondo de Cultura Económica; México
fecha: 1975



Este pueblo fue en la antigüedad, de los que desarrollaron, que no era ni griego ni cartaginés.
Las mujeres etruscas, según el historiador Herodoto y el comediógrafo Plauto, vivían en igualdad con los hombres con el poder que les daba el dinero. Sus costumbres, de hace veinticinco siglos, dejarían con la boca abierta a las mujeres más libres  de nuestro siglo. El autor cita algo de Herodoto: “Entre los lidios todas las jóvenes se prostituyen; de esta manera amasan una dote y practican este oficio hasta el momento en que se casan”, que Plauto no reproche también a las muchachas etruscas”.

¿Es el pueblo etrusco un nombre más del mundo antiguo? El autor dice que todos los que de alguna manera pertenecemos  a la cultura occidental le debemos mucho como para que no nos interesemos en profundizar el conocimiento de su cultura: “Dio demasiado a Roma, demasiado a la Toscana medieval  y renacentista que tanto admiramos, para que no tratemos siempre de comprenderlo y amarlo más”.

Etruria y sus principales ciudades

Tenían los etruscos un libro conocido como los Libros de los Ritos que prácticamente normaba su vida en muchos aspectos, al estilo que una Constitución política rige la conducta de las naciones modernas: “Los Libros de Ritos etruscos contenían normas que determinaban  cómo había que fundar ciudades, consagrar altares y templos, cuáles leyes religiosas regían la distribución de murallas y puertas, en qué forma se debían repartir tribus,  curias y centurias, cómo se debían componer los ejércitos y, en general, cómo había que portarse en todas las cuestiones acerca de la guerra y de la paz”.

Los etruscos fueron para Roma lo que los toltecas para México-Tenochtitlán. Roma imperial, como la conoce la historia, tiene un aporte de Etruria en muchos aspectos como el arte, la guerra, la sexualidad. “Roma ya había asimilado una buena  parte de la herencia antes de que el legador hubiese desaparecido. No hubiera podido ser de otro modo, puesto que, como hemos visto, ella misma había formado parte de Etruria. Durante casi un siglo, de Tarquino el Viejo a Tarquino el Soberano, Roma tuvo una realeza etrusca, instituciones etruscas, y también un arte etrusco”.
Puerta del Arco, Volterra

Para la gran cultura que desarrolló  el pueblo etrusco se pensará que se trataba geográficamente de un territorio enorme, al estilo del imperio romano o del imperio español del siglo dieciséis.  Todo lo contrario: “Comparado con los grandes imperios, es un territorio muy pequeño: doscientos kilómetros de norte a sur  y ciento cincuenta  apenas de este a oeste. Igual que la Grecia antigua, igual que el Flandes medieval, este exiguo espacio pudo convertirse  por dos veces  en el foco del mundo occidental”. Por si algo le faltara a Etruria, en ella nació Virgilio “el más romano de los poetas”, en Mantua, que fue fundada por los etruscos.

Hacia el primer tercio del siglo diecinueve se conocía casi nada de los etruscos. Un grupo que había tenido su asiento siguiendo  el curso del río Tiber, al noroeste de Roma, en la península itálica.  Claudio es conocido en la historia no tanto por sus guerras que sostuvo para extender más el imperio romano. Se le menciona e identifica de inmediato por la vida tremendamente licenciosa de Mesalina, su esposa. En el mundo de las letras tiene Claudio  un lugar muy distinto a los mencionados. Este sabio emperador romano, era tan sabio, que  pasaba por tonto,  escribió, en griego, veinte libros de los etruscos. Pero debido al descuido de los hombres y al paso del tiempo no se conservaron y la memoria de los etruscos  casi se perdió durante quince siglos. Los griegos fueron los que los llamaron etruscos o tirrenos. Por ellos hay un mar que se llama Tirreno.

El pasado etrusco empezó a ser descubierto el día que un campesino araba su terreno para sembrar. Esto fue en 1828. De pronto se abrió una sima y su animal de tiro se fue para abajo. El socavón resultó ser una magnífica tumba etrusca. Ahí empezó toda una historia de saqueos pero también de trabajos de exploración académica. Empezó un auge impresionante para conocer más de Etruria, a tal punto que a una etruscología le sucedió una etuscomanía.
Antefijo con rostro femenino encontrado en el Monte Capitolino

Fue un pueblo muy guerrero, erótico, artista, grandes orfebres, arquitectos y marineros: “Dotados también de poderosas fuerzas navales, y durante mucho tiempo también señores del mar, fueron tan buenos marinos que el mar que baña a Italia tomó el nombre de Tirreno”.

Su imagen que nos ha llegado de un pueblo muy dado al erotismo, la sensualidad y la sexualidad, parece corresponder a los siglos postreros. Y el lector moderno recordará que es la misma impresión de molicie y sexualidad que se les atribuye a los últimos emperadores de la Roma imperial. El fin de Etruria sería el mismo que el del impero romano. Dice Hus, refiriéndose al ocaso de Etruria: “En general los etruscos han perdido la valentía, tan preciada por sus ancestros y, a fuerza de vivir en sus festines con una afeminada ligereza, han perdido la gloria  que sus padres conquistaban frente al enemigo”.

Su historia duró unos cinco siglos, del VII al III antes de Cristo. Después fue absorbido totalmente por Roma. Fue uno de los pocos pueblos de la antigüedad que vivió teocráticamente y nunca llegó a separar lo divino, de lo político y de la guerra.

Finalmente hemos de decir que creían que la vida no se suspende con la muerte: “Para los etruscos no se suspendía la continuidad entre la vida y la muerte”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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