Novela el Gran Gatsby, de Fitzgerald

A los viejos amigos y a los pasados amores lo mejor es dejarlos en paz...


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Bogamos incesantemente, con la proa al sol, mientras algo nos arrastra hacia el pasado. A eso se debe que nuestro destino esté marcado por el pasado, más que el futuro.

Gatsby, el personaje de esta novela de F. S. Fitzgerald, hubiera llenado su vida siguiendo los acontecimientos de cada día alcanzando la existencia común. Pero quiso regresar a darle continuidad  a su pasado donde la había interrumpido cinco años atrás…Ese “hubiera” tan abrumadoramente cargado de posibilidades virtuales que jamás se dieron pero que son más reales que la realidad misma.  Lo que no se dio fue lo que hizo regresar a Gatsby…

Y tuvo que descubrir, de la manera más dolorosa, que a los viejos  amigos, como  a los pasados amores, lo mejor es dejarlos en paz…Hay situaciones que se mueren y es absurdo querer regresar cuando el contexto ya cambió. ¿De qué sirve regar una planta cuando ya murió de sed? Mr. Meyer Wolfsheim, el enigmático judío amigo de Gatsby, dice: “Aprendamos a mostrar nuestra amistad a la gente durante su vida y no después de muertos. Una vez muertos, mi norma es dejar las cosas en paz”.

Gatsby y Daisy fueron novios. Ella, de buena posición social y bonita, era feliz sabiendo que cada día tenía al menos media docena de pretendientes donde escoger. Gatsby era sobrio, apuesto y soñador. Pero tan falto de recursos económicos que sólo contaba con el uniforme del ejército que trajo de la guerra para vestir y en una ocasión, al menos, tuvo que pasar dos días sin probar bocado.


Un día tuvieron que decirse adiós pues él debió marchar a la guerra en Europa. Al regreso a Estados Unidos Daisy ya estaba casada con un rico y pedante individuo llamado Tom Buchanan. Cargado de medallas al valor, pero sin empleo, Gatsby  vagaba por Nueva York. Fue cuando lo “descubrió” Wolfsheim. Lo adiestró en una serie de negocios muy remunerados aunque en absoluto nada claros. Luego, con dinero en su poder, retornó su sueño de ir por Daisy. Para tal efecto alquiló una mansión en el West Egg de Nueva York, no lejos de la casa de Daisy.

Ofrecía veladas alegres con puertas abiertas para todo el que quisiese asistir. La idea era que la fama de tanta alegría llegara a conocimiento de Daisy y, a su vez, asistiera. Y así fue. Una vez que se dio el reencuentro sus relaciones se restablecieron.

A la vez el pedante Tom Buchanan tenía una amiga, llamada Myrtle a la que había puesto un departamento. El esposo de Myrtle, un mecánico, se llamaba Wilson Hacían todos los personajes de este relato  una tropilla de cinco que efectuaba  viajes de ocio a lugares  cercanos a West Egg. Al pasar en un punto de la carretera había un anunció de un oculista con unas grandes ojos o lentes que casi llenaban el gran cartel. Eran los ojos del doctor T.J. Eckleburg. Era como los ojos del destino que todo lo ve. Los amores de Gatsby y Daisy y los amoríos de  Tom Buchanan.

Al regreso de uno de eso viajes por carretera, y de la manera más inconsciente, Daisy 
atropella a Myrtle y muere. Daisy y Gatsby viajaban en el mismo automóvil y el resto del grupo en  el otro vehículo. Para salvar a Daisy de la cárcel Gatsby se echa la culpa del accidente y, rechazando la idea de huir,  espera enfrentar a la justicia. Pero Wilson, el marido de Myrtle, ha investigado,  busca y da muerte a Gatsby.
Luego de una escena de celos, los Buchanan se reconcilian y, como la cosa más natural, hacen sus maletas y se largan a Europa.

Nick Carraway, que  es el que hace el relato de  lo sucedido, tiene una expresión   respecto de la clase de gente a la que pertenecen los Buchanan: “Tom y Daisy eran descuidados e indiferentes; aplastaban cosas y seres humanos, y luego se refugiaban  en su dinero o en su amplia irreflexión, o en lo que demonios fuese que los mantenía unidos, dejando a los demás que arreglaran los destrozos  que ellos habían hecho”.

Nick Carraway, a su vez, tiene una especie de enamoramiento con Jordán Baker, una joven, bella y exitosa tenista. Ella también lo busca y lo quiere. Cuando Gatsby muere  Nick piensa ir a vivir a otro parte de Estados Unidos pues lo que quiere es alejarse del sitio donde tuvieron lugar los acontecimientos. Antes quiere dejar en claro su situación con su novia Jordán. Para entonces la tenista  le dice, a boca de jarro, que se va a casar con otro. Carraway recuerda: “Irritado, medio enamorado y tremendamente triste, me fui”.


El gran Gatsby (The Great Gatsby, en su título original en inglés) es una novela de F. Scott Fitzgerald publicada en 1925. La historia se desarrolla en Nueva York y Long Island en los años 20 del siglo XX. Ha sido descrito a menudo como el reflejo de la era del jazz en la literatura estadounidense.
El público no acogió bien la novela de Fitzgerald cuando se publicó y se vendieron menos de 24.000 ejemplares hasta la muerte del autor. Durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial cayó en el olvido. En los años 50 se reeditó y encontró rápidamente un amplio círculo de lectores. Durante las décadas siguientes se convirtió en un texto estándar en institutos y universidades en todo el mundo. En algunas referencias es citada como una de las novelas más importantes de la literatura norteamericana del siglo XX.”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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