Platón, por Platón

Platón  desarrolló su obra La República o El Estado  en diez capítulos. Respectivamente tratan: 1- de la justicia,2-de la mentira,3-de la Templanza,4-de la rectitud-virtud,5 de la igualdad de los sexos y de toda la comunidad,6-sobre la producción del bien,7- sobre la ciencia e ignorancia(la cueva),8-sobre el origen de las revoluciones,9- sobre la disciplina o el placer,10 sobre la ciencia y apariencia del arte.

Platón habla en primera persona y él es el que relata. Empieza así su milenaria obra: “Fui ayer al Pireo con Glaucón, hijo de Aristón para elevar mis oraciones a la diosa” (Bendis). Él y un grupo de filósofos consideran las condiciones que se necesitan para que los  individuos vivan bien en una república. Es un largo discurrir y al final Sócrates dice: “- Y bien amigos míos, ¿me concederán ahora que nuestro proyecto de Estado y de gobierno no es un simple deseo? La ejecución es difícil, sin duda, pero es posible: y sólo lo es , como se ha dicho, cuando estén a la cabeza de los gobiernos  uno o muchos filósofos  verdaderos que, mirando con desprecio los honores que hoy se solicitan con tanta vehemencia, convencidos de que carecen de valor, desestimando todo lo que no sean el deber y los honores que constituyen su recompensa, poniendo la justicia por encima de todo debido a su importancia y su necesidad, sometidos enteramente a sus leyes y esforzándose en hacerla prevalecer, emprenderán la reforma del Estado”.

La mesura, el estado intermedio, es lo que Platón recomienda al final de su obra La República, como condición para ser feliz. Se refiere concretamente a la situación económica y al acto de ejercer el poder.

Y ya muchos sabemos en pleno siglo veintiuno que es una recomendación también sabia frente a otras cuestiones como la báscula. Ahora diríamos ni anorexia ni bulimia. Ni sedentarismo ni hiperactividad. Un presidencialismo exacerbado no quiere saber nada de democracia y una democracia degenerada no quiere saber nada de poder ejecutivo. Se requiere la mesura.

Pero para lograr la mesura se necesita voluntad que resista a la tentación del exceso: “Es preciso conservar hasta la muerte el alma firme e inalterable  en ese sentimiento, para no dejarse ofuscar en este mundo ni por las riquezas ni por otros males de semejante índole; que no se exponga, arrojándose con avidez  sobre la condición del tirano u otra similar, a cometer un gran número de males irremediables, y sufrirlos aun mayores… En esto consiste  la felicidad del hombre”.

Lo que Platón recomienda es concreto, real, nada que no sea causal, y parece sencillo pero no lo es. Y esa imposibilidad es lo que empieza a dar a las cosas que él recomienda la categoría de subjetivo o mera intención a lograr, a idea, a ideal. Por eso  su pensamiento suele llamársele idealista, cuando lo que busca es el lugar intermedio dentro de los extremos, o los excesos. Una realidad cuando no es alcanzada es más cómodo ponerle la etiqueta de “ideal”. Un ejemplo: ganarle a la báscula. Estar en el peso de masa corporal recomendado por la ciencia médica. Es imposible (este año México ocupa ya el primer lugar en gente gorda y obesa). Es cuando empiezo a llamarle ideal, idealista. Entonces mejor me hago discípulo de Epicuro  (Hay que apresurarse a decir  que el hedonismo no es la nota fuerte del epicureismo).

Y como lo más tentador y fácil es caer en el exceso, hablando de la conducta del ciudadano, entonces se hace necesario legislar. Hacer leyes. Si nadie transgrediera no se necesitarían las leyes. Donde existe una universidad desde la antigüedad, hay una Facultad de Leyes. Tiene que ver con la conducta, como la facultad de Medicina tiene que ver con los virus patógenos, para proteger la salud del cuerpo. Las leyes, empero, no son suficientes y se necesita la voluntad de cumplirlas sin llenarlas de sofismas... 

Platón convivió con los tiranos de Siracusa y esto le dio la idea de que los jefes de Estado tendrían que ser  filósofos. Pero al final se convenció que el político es de acción y el filósofo de meditación…

No es suficiente hacer leyes sino respetarlas. Los transgresores no lo van  hacer sino que hay que prevenir con toda anticipación. Platón cree que está en la edad temprana cuando eso se puede llevar a cabo. El niño necesita observar disciplina en la practica de sus juegos: “si se aparta de ella resultará  imposible que en la edad madura sean virtuosos y obedientes de las leyes”. Platón vería confirmada su sentencia veinticinco siglos más tarde en un país llamado México. Los niños y jóvenes se entretienen en los videojuegos que se encuentran en  las calles y que están programados  a base de violencia. Además ven seis horas televisión violenta. El resultado es de todo conocido: en este país hay más violencia, en tiempos de paz, que en  Irak, en situación de guerra.

Platón no se queda en la cómoda elucubración. Se apresura a decir que para que un Estado esté bien gobernado necesita que en él prevalezcan tres cosas que son el bien, lo bello y lo justo. Como el bien es un concepto  muy manipulable se apresura decir que una de las características del bien es que nunca hace mal a nadie...

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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