Schiller y Guillermo Tell

Guillermo Tell y su hijo Walther

memorial en Altdorf, capital del
condado suizo de Uri

 
 
Guillermo Tell 
Federico Schiller
 Editorial Porrua, México.
Serie "Sepan


Al cumplirse 251 años del nacimiento de Schiller escribimos la presente nota como una especie de agradecimiento a su aportación al mundo de la cultura y del pensamiento libre.

Es un himno a la libertad, como toda la obra poética y filosófica de Schiller. A los 23 años de edad del filósofo se estrenó su pieza Los bandidos y con tal éxito que en adelante se le conocería como “el más genial de los dramaturgos alemanes”.

 Schiller estudió medicina pero se dedicó a la literatura para mejor luchar desde esta trinchera por la libertad. Pero no por la libertad acotada del panfleto sino por la libertad universal.

 El pensamiento de este dramaturgo es producto de los maestros de la filosofía clásica y creación propia. Los salvadores de la humanidad no lo harán desde la improvisación lírica y calenturienta. Schiller cree que:

 “Ningún talento, por grande que sea, puede prestar a  la obra de arte aislada aquello de que su autor carece; y las fallas de este origen ni siquiera la lima puede eliminarlas”.

 Schiller esta por la evolución del ser humano, no por la revuelta: “Nada que no sea natural lleva a buen fin”. Se pronunciaba por “la educación estética del hombre”.

Johann Christoph Friedrich von Schiller, nació en Marbach,Würtemberg, el 10 de noviembre de 1759 y falleció el 9 de agosto de 1805.

Guillermo Tell y su hijo Walther. Memorial en Altdorf, capital del condado suizo de Uri.

Guillermo Tell es la vocación del pueblo suizo por lograr su libertad frente al imperio austriaco. Es de la aldea de Burglen, en el cantón de Uri, en el camino del valle de Schaechent. Pero los suizos van más allá. No quieren dejar de ser esclavos para convertirse en esclavistas, como es la reiterada película de la humanidad. 

Tampoco quieren hacerse del poder de su país para después emprenderla contra algún estamamento de su propia nación, como sucede todos los días en alguna parte del planeta. 

Ellos aspiran a la más “libre libertad”. Stauffacher, un aldeano,  lo dice de esta manera:

 "no se trata aquí de vengar el mal cometido, sino de precaver el que nos amenaza”. 

Para que eso suceda tienen que poner en orden su casa. Pero para ser libre primero hay que conquistar la libertad y después aprender a no perderla. Al fin y al cabo todos los pueblos sojuzgados alguna vez conquistan su libertad, pero pocos la pueden conservar.

Aquí se trata  de dos clases de libertad. La de la sociedad de los villanos (habitantes de las villas) y la de la conciencia del duque de Suabia, llamado Juan el Parricida. Este ha asesinado a su tío el emperador. 

No es un manual de revolución armada la que nos ofrece Schiller. Es el drama de la frágil humanidad frente al valor perenne de las libertades materiales y de conciencia.

Geszler es el gobernador que se ha extralimitado en sus funciones de administrar la justicia y se ha convertido en un tirano. Su despotismo ha llegado a tal intensidad que ha provocado que los aldeanos se organicen en medio del bosque, al amparo de sus montañas nevadas y de la noche. Es gente pacifica y temerosa pero ya están decididos. 

“Obligados estamos  a defender por la fuerza  nuestros más preciosos bienes; combatimos por nuestro país, por nuestras mujeres, por nuestros hijos”.

 Forman una liga de los tres cantones. Se reconocerán levantando los tres dedos de una mano. Cada dedo un cantón. “los tres cantones permanecerán  unidos  en vida y en muerte.”

 El gobernador tiene noticias del descontento y pone en práctica un ingenioso recurso. Ordena que  en lo alto de una pica pongan su sombrero. Todo el que pase delante tendrá que hacer una reverencia. El que no lo haga  se le considerará como a un rebelde y será encerrado en una de las grandes cárceles que para el efecto empiezan  a construirse.

 A eso los aldeanos responden por la voz de uno de ellos llamado Rudenz:  “Ay de quienes cierran los ojos del pueblo y le fuerzan a que rechace su verdadera prosperidad”.

Guillermo Tell, el personaje llamado a ser recordado por siempre y al que la posteridad le erigirá una estatua en el pueblo de Altdorf, capital del cantón suizo de Uri.

 En la cotidianidad de su momento no es más que un aldeano que vive de la caza. Su vida trascurre entre montañas nevadas, lagos y desfiladeros, persiguiendo a sus presas con que alimentar a su familia, formada por su esposa Hedwigia y sus dos hijos Walther y Guillermo. 

Le gusta estar lejos de las asambleas “donde se habla mucho y se acciona poco”.

 Es, como el doctor Stockman de Ibsen, alguien que cree que el hombre  es más fuerte cuando está solo. Dice que “siempre vale más ponerse en manos de Dios, que en manos de los hombres” “en el naufragio se auxilia más fácilmente  así mismo el que va solo”.

 Está con los anhelos de libertad del pueblo pero su accionar es algo particular. Si bien, los acontecimientos lo llevarán a tomar acciones cercanos de la gente. Y al final, sin que él lo haya buscado, será tenido como el libertador. 

Stauffacher, otro aldeano, le dice: “Pero de la unión de los débiles nace la fuerza” y Tell insiste: “Sólo consigo mismo puede contar cada cual”. 

Tell está acostumbrado a ver la vida muy cercana a la muerte y dice sin rodeos a sus vecinos los pacíficos aldeanos: “Bueno es que lo sepan todo…quien se aventure a vivir en el mundo, debe aprestarse al ataque y a la defensa”. 

Y como es hombre de acción, sostiene que “Quien mucho piensa poco hace”

Un día él y su hijo Walter pasan frente al sombrero y no hacen la reverencia. El castigo que  el gobernador dictamina consiste en que Tell dispare a una manzana puesta en la cabeza de su hijo. 

El pueblo se horroriza ante semejante disposición y ruega le sea levantado el castigo pero el gobernador es inflexible. Tell mismo dentro de su rudeza siente miedo. 

Pero al fin se decide y pasa la prueba dando en el blanco sin herir a su hijo. De todas maneras, y contra lo prometido, Tell es llevado a la prisión. 

En el camino se escapa y en adelante se dedica a cazar al gobernador. Espera la ocasión que éste tendrá que pasar por un estrecho del camino y de otro certero flechazo lo mata.

 Con esto, y con la lucha que han desarrollado los aldeanos, la libertad es conseguida por y para la sociedad.

 Pero la libertad de conciencia encuentra que la cuesta es más difícil de remontar que la que se conquista por medio de las armas. 

Juan de Suabia ha dado muerte el emperador, que es su tío, por creer que estaba estorbando sus derechos de heredad y económicos.

 Sólo hay uno al que puedes acudir, le dice Tell, y éste se encuentra en Roma. Entretanto serás un apestado entre los habitantes de los pueblos. Como el Parricida ha ido a buscar orientación en la casa de Tell, éste le recomienda:

 “Oíd lo que Dios me inspira. Es fuerza que vayáis a Italia, a la ciudad de San Pedro. Postraos a los pies del papa, confesad vuestro crimen, y salvad vuestra alma”.

Schiller es reconocido como grande en el mundo de las letras. Y, siendo protestante, el consejo que por boca de Tell da a Juan el Parricida, lo dimensiona de manera enigmática en el mundo espiritual.




Se considera que los suizos viven en el siglo veintiuno de la siguiente manera:

“Son los suizos: honrados, sencillos respetuosos con las órdenes de su gobierno, aman con ternura a su país, y tienen favorables disposiciones para las ciencias y las artes. La instrucción pública se halla extraordinariamente adelantada; es raro el suizo que no posee la enseñanza primaria. Sus colegios y universidades gozan de muy buena fama. En las escuelas se instruye militarmente los alumnos, porque todo suizo, como los búlgaros, es soldado, llamando la atención que los habitantes de Suiza que se caracterizan por lo tranquilo que son, sean tan patriotas que depongan la antipatía que tienen por el militarismo en honor a su patria. Los suizos pertenecen por partes iguales a las iglesias católica y reformada y hay libertad de culto. En Suiza se habla: el alemán en 18 cantones, francés en 5, e italiano en 2. El gobierno es republicano federal, siendo curioso que hay 4 cantones en donde existe la democracia pura, es decir que las deliberaciones tienen lugar en grandes asambleas populares, a estilo de las antiguas repúblicas griega y romana; siendo en los demás, la democracia representativa. Componen la Confederación Helvética o Suiza, 25 repúblicas en 22 cantones o estadas independientes, unidos por el pacto federal".

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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