Shakespeare en El cuento de invierno

Es el viejo problema de la humanidad del marido que repudia a su mujer y, una vez lejos o fallecida, se pasa el resto de su vida llorando o suspirando por ella. En esta tragicomedia Leontes, rey de Sicilia, rechaza  a Hermiona, su mujer, por celos y además pierde de vista a su hija Perdita. Tendrán que pasar dieciséis años para poder recuperarlas. Este tiempo vive en la creencia que Hermiona ha muerto debido a una fuerte escena de celos por parte de él. A Perdita la recoge un pastor que la cuida y al final la reintegrará al seno familiar regio. Hermiona vuelve a aparecer en escena después de dieciséis años de ausencia. Pero el que un día no se tentó el corazón para ofender a su reina, después, cuando supuestamente ésta ha muerta, dice llorando ante la tumba donde cree que yacen los restos de la reina Hermiona: “Una vez al día visitaré la capilla
Donde reposen, y será mi solaz el llanto
Que ahí vierta”

Aquí la actitud del rey se parece a la de aquellos hijos que se desatendieron de sus padres y cuando éstos mueren les llevan flores todos los días a sus tumbas..

Se llama El cuento de invierno porque Mamilio, uno de los personajes, dice que “Un cuento triste es mejor en invierno”.En efecto es triste durante los cuatro primeros actos y se alegra en el último cuando todo se aclara, hay la reconciliación de la pareja real y la dicha sonríe y parece eterna.

En El Cuento de invierno la vida se desarrolla en la perspectiva del bien y de la felicidad. El mal, por medio de los celos, hace su juego pero prevalecerá la justicia.
Puesta en escena el 15 de mayo de 1611, El cuento de invierno es una pieza que ha gozado siempre de simpatía del público. Se la ha señalado como una tragicomedia romántica que se desarrolla en cinco actos. En ella interviene reyes, príncipes, nobles, pastores, guardias, sátiros, sirvientes, etc. El Tiempo la hace de Coro. Shakespeare la  tomó de una obra de Robert Greene llamada “Pandusto el triunfo del tiempo”. Esta fue publicada en 1588.
Para ser cuento es un relato largo el de Shakespeare que se desarrolla en varios lugares, en las más diversas situaciones y, como acabamos de señalar,  entran en juego múltiples personajes.
Prólogo de Má. Enriqueta González Padilla

El asunto central es el supuesto adulterio que va a implicar situaciones de celos. Leontes cree que su esposa Hermiona lo engaña con Polixenes, rey de Bohemia. No son celos inducidos que van creciendo, como en Otelo, sino celos espontáneos que explotan de pronto y son pasajeros pero de consecuencias duraderas.Tan duraderas como dieciséis años para que todo se aclare. En un momento Leontes exclama: “ Que angustia mortal se apodera de mí”

Se pone en práctica el papel redentor de la virtud y el arrepentimiento.La acción trascurre en el tiempo un tanto metafísico pues los personajes van, a través de sus invocaciones y expresiones, entre épocas paganas y tiempos cristianos. Se consulta al oráculo de Apolo y hay una fiesta pastoril de Pentecostés... El poeta lleva sus personajes en una dimensión situada entre la apariencia y la realidad. Y los disfraces o máscaras utilizadas en el teatro sirven a este propósito. Pero nada diferente a la vida real donde con frecuencia profesamos una tesis de vida y actuamos de manera distinta o usamos seudónimos, etc.
W. Shakespeare

En el prólogo que María Enriqueta González Padilla hace a esta obra (editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, 1985) señala que  El cuento de invierno consta de cuatro escenas principales: la de los celos de Leontes, la del juicio de Hermiona, la de la fiesta campestre de Pentecostés y la de la reconciliación

El asunto de este relato, como en toda la obra Shakespeareana, es sencillo. La grandeza está en cómo ese asunto es convertido en el leitmotiv de un gran enredo para ir vertiendo ideas y frases que trascienden. Por ejemplo, se hacen consideraciones como que el arte en cuanto obra es también producto de la naturaleza.
La obra termina en la reconciliación cuando el celoso rey Leontes exclama ante Hermiona y el rey Polixenes:  “Perdonadme los dos
Por haber interpuesto vil sospecha
Entre vuestras miradas inocentes”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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