Norman Mailer Los desnudos y los muertos

 Los norteamericanos siempre creyeron que los japoneses contaban con fuerzas suficientes para defender la isla Anopopei, en el Pacífico. Después se darían cuenta que en realidad el enemigo había estado mal aprovisionado, que su armamento era insuficiente y que su resistencia había sido ejemplar.

Sin embargo el general Wilson Cummings, encargado del ejercito en aquel lugar, tuvo que considerar varios planes para poder lanzar la ofensiva final. Encontró que era necesario enviar a una patrulla a inspeccionar el terreno que quedaba en la retaguardia del enemigo. Se trataba de una isla pero cuya extensión era de setenta kilómetros. Por lo mismo se hacía necesario tener información de la topografía y de las reservas reales con que contaban los “japos”.

Y esta es la historia de esa pequeña partida de soldados norteamericanos que, con disciplina y miedo, se internan en la selva llena de enemigos de los que en realidad desconocen todo su potencial. Tienen ocasionales encuentros con los ocupantes a tos que les hacen alguna baja y ellos mismos tampoco salen ilesos. El balance final será de un muerto por cada lado.

Cuando estaban con el grueso del ejercito su actitud se limitaba a rutinas y hacían lo menos que podían. O se la pasaban buscando el pretexto para que los declararan incapacitados y de esa manera fueran trasladados a otro lugar o regresados a Estados Unidos. Pero una vez que se han desprendido del grueso de las fuerzas, y deben actuar solos, empiezan a hacerse una serie de reflexiones que hasta entonces no habían considerado: “ Que coño es eso del alma?” Nunca va a alcanzar Mailer los niveles de descripción de Faulkner cuando se trata de plasmar la conducta de los soldados norteamericanos de esa contienda, pero desde luego que se va a situar muy por arriba de una infinidad de escritores de ese país que abordaron el mismo género literario.

Otro del pelotón tiene el pensamiento que muchos soldados norteamericanos, en el frente, debieron tener: nosotros peleando por defender los valores de nuestra civilización, la patria, la economía y nuestro hogar, y nuestras esposas y novias...

Goldstein, el judío, sueña con regresar a Estados Unidos y emprender un negocio. Entre tanto, no puede evitar hacer algunas reflexiones, respecto de los judíos, como ésta: “Somos un pueblo perseguido, rodeado de opresores.. .siempre vamos de desgracia en desgracia.. .sin ser queridos y en tierra extraña”. El autor se sirve de uno de sus personajes para hacer algunas consideraciones respecto de la naturaleza de los judíos. La reflexión que Goldstein se hace es que: “un judío es un judío porque sufre. Todos los judíos sufren...De este modo perduramos”

Mailer describe el estado de ánimo de los soldados del pelotón de esta manera: “Una hormiga que caminara en línea recta habría avanzado con la misma velocidad: No pensaban en ceder ni en continuar. Y cuando al fin deciden regresa sin haber terminado su misión, y consiguen llegar de nuevo donde está el ejercito se percatan que la isla ha sido tomada completamente por sus compatriotas Pero nadie se da cuenta que han regresado. 
Mailer

Simplemente se les había olvidado la existencia de aquel puñado de valientes.
Hay un soldado, Martínez que es mexicano. Entre otras cosas, Mailer es uno de los escritores norteamericanos que no pone al mexicano como un macho vale madre, pistola al cinto estilo Pedro Infante y botella de tequila en la mano, violador de mujeres y asesino de niños y ancianos. No. Martínez es tan cobarde, valioso, mediocre y heroico, como el resto de los soldados.

Esta novela fue publicada en Estados Unidos en 1948, apenas tres años de haber terminado la guerra. El autor tenía entonces veintiséis años de edad. Tras graduarse en Harvard y alistarse en el ejercito había estado entre las tropas que ocuparon Japón después de la derrota. La crítica calificó este trabajo como “la más grande novela de guerra escrita en este siglo”. Norman Mailer fue comparado con Hemingway y con Tolstoi. En varias ocasiones ha recibido el premio pulitzer en atención a su labor de novelista.


"Norman Mailer nació en una familia judía. Se crió en Brooklyn, Nueva York, y en 1939 comenzó sus estudios de ingeniería aeronáutica en la Universidad de Harvard. Allí empezaría a interesarse por la escritura y publicó su primer relato a los 18 años.
Vivió sus últimos tiempos en Provincetown, Massachusetts. Habrá de morir a consecuencia de una insuficiencia renal. Se casó seis veces; desde 1980, con Norris Church, y tuvo nueve hijos. En 1960, apuñaló, de forma menos grave, a su segunda mujer Adele Morales con un cortaplumas durante una fiesta. Escribió su último libro en colaboración con su hijo John Buffalo Mailer: "The Big Empty".
Mailer fue reclutado para el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en el sur del Océano Pacífico. En 1948, justo antes de entrar en la Sorbona en París, escribió la obra que le haría famoso en el mundo: The Naked and the Dead (Los desnudos y los muertos) basada en sus experiencias durante la guerra. Fue aclamada por muchos como una de las mejores novelas americanas tras la guerra y la Modern Library (sección de la editorial Random House) la calificaría como una de las 100 mejores novelas" Wikipedia.





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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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