Título: La balada de los irlandeses
Autor: Armando Altamira Gallardo.
Editado por la Secretaría de Prensa del
Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México
(STUNAM).
Serie: Cuadernos de Comunicación Sindical,
número 55
México, D. F, agosto de 1998
44 Páginas.Agosto
de 1998
Es
el relato de la conquista de México por los estadounidenses en el siglo
diecinueve. Una campaña concebida para ganar en el más puro estilo guerrero.
¡En la guerra hablan los cañones, no hablan las razones! No estamos hablando de
una invasión sino de una auténtica conquista. Cuando el ejército se retiró,
después de permanecer su bandera nueve meses en el Zócalo de la ciudad de
México, la frontera de Estados Unidos se había recorrido hacia el sur ganando
más de un millón de kilómetros cuadrados.
Fue una guerra exacta, suficiente y oportuna.
Cuando los mexicanos apenas hablábamos de libertad y los derechos del hombre,
con miras a liberarnos del poderío español, los angloamericanos ya construían
buques de guerra, cañones y carreteras para acercarse a México. El
gobierno elaboraba la necesaria animadversión en el pueblo para que
apoyara a su ejército en esta guerra. Y, lo más importante, preparaban
la necesaria confusión entre los mexicanos.
¡Una cuidadosa y visionaria campaña de conquista
para enfrentarse a un ejército, se creía, igualmente poderoso que el
estadounidense!
Pero cuando los estadounidenses cruzaron la
frontera sur sólo encontraron el caos social y, según escribiría Zachary
Taylor, tampoco había ningún ejército. Todos los mexicanos, con poder de
decisión, estaban divididos.
Se complica la historia buscando causas extrañas
más que internas. ¡En ese siglo México
tuvo treinta y seis presidentes en 76
años! Algunos de ellos “repetían N
veces, como Santa Anna y Porfirio Díaz.
Cuando los militares federales iban a
cobrar sus primeros sueldos eran desplazados por los rebeldes que ahora pasaban
a ser los “legítimos” y ellos eran ahora los rebeldes. Se ganaba más y seguro
de forajido que de militar.
Este es el contexto en el que se desarrolla el
siguiente relato. No nos interesa la neurosis que por más de un siglo se ha
levantado en México reprochando a nuestros vecinos por habernos arrebatado
un millón de kilómetros cuadrados de territorio.
La historia de Estados Unidos es como la historia de todos los imperios. Así fue Atenas, así fue Roma, así fue México-Tenochtitlán, así fue Madrid.A manera de un tsunami que llega a la playa.Si la línea de diques está mal construida,avanza,si fuerte,se detiene.La responsabilidad es del que está presionado.Los países del sur tendrían que preguntarse por qué los Estados Unidos son fuertes y ellos débiles. ¿Qué comieron,qué leyeron,qué escribieron,qué hicieron,que no hicieron?
No nos interesa esa neurosis.Nosotros seguimos a un pequeño
contingente de irlandeses, apenas unos doscientos, que pelearon al lado de los
mexicanos (de ahí el título de la publicación: La
balada de los irlandeses).
Se
agruparon bajo el estandarte de San Patricio. El juicio histórico sobre
la conducta de estos soldados depende de qué lado de la frontera se les
recuerde. De aquel lado son traidores y de este son héroes. Lo irónico es que
pocos mexicanos saben de su existencia.
En el invierno de 2009-2010 se exhibía en México
una película sobre este tema:
Título: El
Batallón de San Patricio,
Reparto: Tom Berenger como John Riley,
Joaquim de Almeida como Cortina,
Daniela Romo como María,
Patrick Bergin como el General Winfield Scott,
James Gammon como el General Zachary Taylor.
Su
guión, la actuación de los artistas y la realización del filme son de calidad.
En la actualidad
(septiembre de 2010) el nombre de " Batallón de San Patricio" está
grabado,con letras de oro, en la columna del lado derecho del Palacio de
Legisladores, ciudad de México, en el recinto de sesiones, como uno de
los héroes que forjaron esta nación: Cuahutemoc, Miguel Hidalgo, Morelos,
Francisco Villa...
El 12 de septiembre, de cada año, tiene lugar
una ceremonia, oficial, conmemorativa, con asistencia del señor Embajador de
Irlanda en México, bajo la placa que contiene los nombres de los irlandeses de
nuestro relato. Esto en el lugar conocido como plaza de San Jacinto,En San
Ángel, de la Ciudad de México.
El 12 de septiembre de 2014, tuvo lugar,
en San Jacinto, en una acto que empezó a las 10:00 hrs.
la "Ceremonia cívica del CLXVII aniversario de la
gesta heroica del Batallón de San Patricio",con la
asistencia de la señora embajadora de la República de Irlanda, Sonya
Hylavy, y representantes de la Delegación Alvaro Obregón,
del Gobierno del Distrito Federal, México.
Y la presencia de unas 300 personas, se cantaron
los himnos de México y el de Irlanda. Actuación de la "Banda de Gaitas del
Batallón de San Patricio".
Por parte de la embajada se pronunciaron los
nombres de cada uno de los irlandeses caídos en la guerra (que
permanecen grabados en la pared misma donde 16 de ellos fueron ejecutados)
La emotividad del acto alcanzó su climax
cuando al final de la lista se dijo:
"Y todos los soldados cuyos nombres
desconocemos sufrieron y murieron por México ¡sufrieron por México!,
Sufrieron por México!"
Cuauhtemotzin, tlatoani de México-
Tenochtitlán, y los irlandeses del Batallón de San Patricio, son héroes de la
más alta pureza en la historia de
nuestro país, en cuanto a ofrendar su vida por México. No seguían este o
aquel interés, ya personal, ya de grupo o de secta, sino solamente por México.
La labor de división entre protestantes,
católicos y racionalistas de todos los matices, ha dado magníficos resultados
hasta la presente para alcanzar el objetivo de división.
¿Por qué traer a colación el asunto tan incómodo
de los cristianismos ortodoxo y liberal? Porque precisamente eso fue lo que
estuvo en el tapete de las acciones en la historia que aquí relatamos. Pero se
manejo como un fin cuando apenas era una mampara que tenía el objetivo de velar
el verdadero motivo que es la explotación de los pueblos.
El presente trabajo habla concretamente de un
episodio histórico entre México y Estados Unidos. Pero dice, ¡quién lo
sospechara!, sobre todo de una guerra que se echo a andar precisamente para
alcanzar, con el tiempo, la explotación del trabajador estadounidense y del
mexicano, según el modelo inglés -irlandés.
2
Cuando me propuse escribir sobre el Batallón de
San Patricio me encontré con un tema desconocido para la mayoría (lo que
se dice la inmensa mayoría)
de los mexicanos. Pregunté, Busqué en las bibliotecas que estaban a mi
alcance en la Ciudad de México y tuve la sensación que buscaba en el desierto. Lo
único que conocía era la novela de Patricia Cox.
Finalmente este trabajo lo lleve a cabo gracias
a las lecturas de los libros que me prestaron Agustín Castillo López, Gerardo
Peláez Ramos, Enrique Lascares Bravo, Victoriano Ramírez Caudillo, Enrique
Pérez Cruz, Fernando Contreras y Francisco Arzate Núñez.
No quiero decir que ellos sean los responsables
de lo que aquí se escribe. Pero sí tienen el mérito de ir haciendo en este país
un pueblo cada vez menos desinformado.
Otros títulos del mismo tema los encontré en el
club de lectura las Aureolas, de Coyoacan, D.F. otros en los Libroclubs, de
reciente formación. Otros más los fui consiguiendo en la calle de los libros
usados.
3
Los irlandeses a los que aquí nos referimos eran
parte del ejército de invasión de los Estados Unidos en el siglo pasado. En
algún momento de la campaña por razones religiosas y sociales análogas a las de
los mexicanos, y sociales históricas entre Irlanda e Inglaterra, se pasaron al
bando del ejercito mexicano. Con la experiencia nacional centenaria que ellos
tenían en Irlanda sabían que México no solamente iba a ser cercenado en su
territorio sino con el tiempo, igual que ellos, iban a quedar sus
habitantes convertidos en mano de obra barata y por lo mismo en presión muy ad
hoc para el movimiento obrero estadounidense, como los irlandeses lo eran, de
manera involuntaria, para los trabajadores ingleses (ver de Robert Coles: Irlanda:
Dos Realidades. Revista Contextos. México.
Año 2. Número 10. 12-18 de marzo de1981).
Hicieron la campaña con valentía a lo
largo de todos los combates hasta el momento de la última batalla en Churubusco
en que al mando de Anaya, se perdió la guerra y junto con los mexicanos, fueron
hechos prisioneros.
Semanas más tarde, después de haber sido
torturados y vejados. Los irlandeses empezaron a ser ahorcados a manos de
los soldados estadounidenses en diferentes poblaciones del sur oeste del valle
de México.
En recuerdo suyo, la plaza del ex convento de
Churubusco lleva su nombre: "Plaza de los irlandeses", así como una
calle que converge al mismo lugar. A unos metros a la derecha de la puerta de
la entrada principal al ex convento cerca también a uno de los cañones
utilizados en esta guerra, se encuentra una placa metálica que dice:
"Plaza Batallón de San Patricio" y más abajo: "En memoria de los
mártires irlandeses de la guerra de intervención de 1847". Esta placa fue
puesta el 13 de septiembre de 1981 por el entonces presidente constitucional de
los Estados Unidos Mexicanos, José López Portillo.
Una
calle que converge directamente a esta plaza lleva el nombre de: "Capitán
John O' Reilly, comandante del Batallón de San Patricio". Según la
tradición, este capitán fue el primero que decidió pasarse al bando de los
mexicanos y después lo fueron siguiendo otros irlandeses.
Los agnósticos mexicanos estaban absortos
tratando de descifrar lo del liberalismo, que les hablaba de la libertad de
espíritu, en tanto los agrimensores angloamericanos trazaban con todo espíritu
previsor, exactamente en 1811, cuando todavía ni sIquiera Hidalgo era apresado
en Acatita de Baján, el Camino Nacional ( también conocido como Camino
Cumberland y Old Pike), que partiendo de Cumberland, en Pensilvania, en el
este, llegaba hasta Vandalia, en Illinois, cerca del Misisipi (ver revista National
Geographic, en español, vol. 2. número 1. marzo de 1998) con
lo que se facilitaban en gran manera el acercamiento de sus tropas al norte
mexicano, que para ellos sería desde entonces el oeste.
Este Camino Nacional fue
terminado en 1838, dos años después que se declarara independiente a Texas y
diez antes de la anexión de los territorios mexicanos del norte.
Y en tanto los centralistas y los federalistas
mexicanos se destruían entre sí, los soldados profesionales de West Point
forjaban a ritmo acelerado el acero de sus espadas y el de sus cañones. Estaban
decididos a conquistar a México y al continente y a mover su capital de
Washington a Panamá y se prepararon con todo cuidado para lograrlo.
Ya
Texas había caído desde 1836 y era el momento de movilizar a su ejército para
arrebatar los paralelos norteños mexicanos del 42 al 32. Entonces Polk,
el presidente de Estados Unidos, le dio el toque supremo a tal empresa: dijo
que lo hacía por mandato de Díos. Eso empujaría a sus soldados a realizar
esfuerzos más allá de lo humanamente posible.
Gentes de la cultura de la categoría de Ralf
Waldo Emerson, Thoreau y un número importante de legisladores estadounidenses se
opusieron y criticaron semejante proyecto manifestando que el pueblo hermano
mexicano no merecía eso, pero Polk siguió adelante.
Ya para estas fechas tempranas en la historia
del México independiente, Estados Unidos disponía de una arma más temible aun
que la de su ejército. La información de la tierra en la que habían puesto su
atención. Ya conocía para entonces la debilidad de la naciente sociedad
mexicana a la que, por cierto, su primer embajador, Poinsett, había contribuido
mucho.
Pero sobretodo ya sabía de los trabajos como
los de Humboldt y los de los gambusinos que PoIk había enviado con toda
antelación, y que eran en realidad geólogos, no gambusinos: en California,
Texas y otros estados había casi infinitos yacimientos de oro y petróleo, amen
de otros recursos no renovables y de los renovables (ver Humboldt, Ensayo
Político sobre el Reino de la Nueva España y
el otro que es Viaje a las Regiones Equinocciales
del Nuevo Continente, así como una biografía sobre "Alejandro
von Humboldt" escrita por Hanno Beck, publicada por el
Fondo de Cultura Económica, México, 1971).
Esto fue lo que hizo cambiar de bandera a los
irlandeses. Entendían que el ancestral
pleito entre protestantismo angloamericano y el catolicismo romano de México
eran como en su país, una cortina de humo religioso para ocultar las verdaderas
causas de la invasión.
Durante
setecientos años Irlanda había sufrido para entonces la dominación de
Inglaterra y a esa explotación despiadada del obrero y el campesino irlandés se
le había hecho aparecer ( y en los medios de información de cada día podemos
constatar que aun hoy se le sigue haciendo aparecer como una guerra de
antagonismos religiosos entre protestantes ingleses e irlandeses del norte
contra irlandeses católicos del sur.
De esta manera habían obtenido por cientos de
años mano de obra barata en Irlanda. Además eran utilizados para presionar al
propio obrero inglés. Cuando éste pedía incrementos salariales y prestaciones
sociales llevaban a obreros irlandeses que debido al subdesarrollo impuesto
debían conformarse con percepciones muy por debajo de las exigidas por los
obreros ingleses
De nuevo es necesario reconocerle a Polk que
tuvo una idea clara del momento histórico por el que pasaba México después de
su reciente guerra con España por su independencia y que, dados los recursos
naturales que posee, al decir de Humboldt, Alamán y otros, contaba desde
entonces para proyectarse como una primera potencia no sólo en el continente
sino en el mundo, Jesús Reyes Heroles (op cit Pág XVIII. T. II) dice:
“La
guerra con Estados Unidos ocurre en el peor momento de nuestra historia: cuando
la lucha política interna tiene gran intensidad, cuando la sociedad colonial
está agonizante y la nueva aun no se levanta: cuando ya no éramos lo que habíamos
sido ni éramos aún lo que íbamos a ser”.
4
Con dificultad y sin éxito se podría sostener el
criterio que los mexicanos contaron en algún momento del siglo pasado con
ejercito moderno, oficial, real o federal, a la altura de los tiempos para
defender sus fronteras.
Cuantas veces quisieron los estadounidenses meterse a
México en plan de guerra lo hicieron (ver Las
Invasiones Norteamericanas en México, de Gastón García
Cantú, editado por la Secretaría de Educación Pública, número 57 de la serie
Lecturas Mexicanas, 1986),y el mismo ejercito francés en el siglo pasado, aun
con el disgusto de los norteamericanos, llegó hasta el Bajío y allá permaneció
durante mucho tiempo.
Su ejercito sirvió para emprenderla, y eso a
duras penas, contra los campesinos de Jalisco, Michoacán y Colima (ver a Jean
Meyer, op.cit.) o contra los indios mayos, tarahumaras, huicholes, otomis,
mayas, etc (verLa Frontera Nómada, de
Héctor Aguilar Camín, editado por Siglo XX 1, México, 1977).
En la misma guerra
de independencia jamás pudo ganarle al ejército realista, con Calleja al
frente, una batalla decisiva y su acción debía quedar circunscrita a la
actividad de guerrillas.
Ha habido, eso sí, militares profesionales
brillantes como Mondragón y Ángeles o más allá Leandro Valle por parte de los
federalistas y Miguel Miramón del bando centralista, ambos egresados del
Colegio Militar, para citar algunos ejemplos.
Pero lo que campea son caudillos muy valientes
con grados impresionantes hasta de "generalísimo" que ellos mismos se
han dado, ningún instituto tradicional, y otros grados que ellos han repartido
que corresponden a acciones valiosísimas o valientísimas, pero por demás
empíricas.
Enfrentar
esta clase de ejército a los soldados de West Point era arriesgar todo sin la
menor esperanza de nada. No porque ellos fueran invencibles sino porque lo que
malamente se puede llamar ejército mexicano de esa época se encontraba en una
completa falta de cohesión y modernización. El general Mier y Terán así lo
entiende y se suicida antes de asistir a tan grotesco espectáculo.
No se suicida ante la fuerza del enemigo sino
ante el sainete grotesco que protagonizan los liberales y católicos del que él
mismo es parte en la capital de la república.
Cuando deberían estar organizando un ejército,
a la altura de las necesidades, se la pasaban en la tribuna lanzándose gritos.
Esa era la labor que había venido a
hacer Poinsett y la había llevado a la perfección.
5
No existe ejército que obedezca al brillante
Colegio militar, o lo que podría llamarse su antecedente. Ni siquiera un mal
ejercito. Nada que se le parezca. Lo que hay aquí es una fantasía de los
historiadores. O si lo dicen de buena fe es que no entienden lo que es un
ejército de guerra y lo están confundiendo con un ejército casero.
El
mismo invasor así lo va a reconocer cuando ya se ha apoderado del país en el
que permanece nueve meses, de septiembre de 1847 al 30 de mayo de 1848. Le
hubiera convenido decir que acababa de derrotar a un gran ejercito para
aumentar el brillo de su triunfo, pero lejos de eso dice:
" Es verdad que
no se ven aquí ejércitos ni aparato militar" (publicado en el Daily
American Star, periódico oficial del ejercito norteamericano de
ocupación en la ciudad de México y en exhibición en una de las salas del Museo
de las Intervenciones del ex convento de Churubusco).
La
propia exhortación de José Joaquín d Herreras (este pensamiento se encuentra en
el mismo museo) ilustra en este sentido de la improvisación:
"Todo
mexicano está obligado a hacer la guerra al enemigo con todas las armas que
estuvieran a su disposición, como fusiles, carabinas, pistolas y espadas,
pudiendo servirse de piedras que arrojarán desde las azoteas, franqueándoseles
las casas con ese objeto”.
Enfrentar
con piedras y ladrillos al enemigo armado hasta los dientes con cañones y
buques de guerra…
En
la descripción que Guillermo Prieto hace de la batalla del Castillo de
Chapultepec (esa batalla que tanto la historia oficial y el cine mexicano nos ha presentado como una
epopeya), describe qué cuadros conformaban el ejército mexicano de esos
días:
"El tío Salcedo estaba a un lado tan fuertote con su pelo crespo,
sus ojos negros y sus labios gruesos… Del otro lado don Simón Alemán, el
sastrecillo que parece que se va a quebrar de la cintura, y Díaz, que más
parece escribano de Palacio que zapatero, con su nariz afilada, su calvita muy'
limpia y sus políticas y su hablar como quien canta"
y más adelante:
" En los Arcos y en medio de una confusión espantosísima, aparece
ordenado, valiente, no valiente, heroico el batallón Hidalgo,
compuesto como se sabe de empleados de las oficinas y de la flor y nata de las
familias de México, lo mismo que el batallón Victoria (ver de María del Carmen
Ruiz Castañeda: La Guerra del 47 Vista por Guillermo Prieto,
editado por el Sindicato de Trabajadores del : INFONA VIT, colección: Luchas
del Pueblo, número 1, México, D. F. junio de 1976).
6
Este es el ejercito mexicano oficial, a veces
federal y a veces centralista, pero sin que su tropa tuviera la menor
idea de qué se tratará siempre, que se va a enfrentar al ejercito
profesional de los estadounidenses formado con toda responsabilidad y
antelación en West Point.
Y
el ejército mexicano que va a ir caminando hasta Texas está peor pues se
compone de gente desnutrida del campo, y si algo resiste es precisamente porque
es del campo, descalza y sin uniformes de tropa y sin servicios médicos. La
mitad del ejército (si se le puede llamar así) morirá de hambre y de
infecciones en el estómago antes de poder disparar el primer balazo.
El exitoso ejercito trigarante, que tres décadas
atrás había conseguido la independencia con respecto a España, pronto se perdió
entre las numerosas asonadas y cambios alternativos de poder que se dieron,
entre centralistas y federalistas, en esa salvaje contienda que se dio entre
ellos después de conseguida la independencia, en una carrera por la obtención
del poder.
Un corrido del siglo de la época relata este
ambiente:"...estábamos en la lucha de sucesión, la danza de las monedas
así apuró a los dioses de la guerra y la corrupción”.
En semejante caos todo era improvisación, desde
cuadros políticos hasta cuadros militares. Casi todos eran
"generales". Unos generales inclinándose por apoyar a este bando y
otros generales al bando contrario y otros generales más ¡ya a que tenían en
las manos la fuerza de las armas!, saltándole al poder que consiguen para ellos
sólo para ser barridos tres semanas más tarde por otro general, o por otro
político.
Ante este desastre de ambiciones desatadas, Patricia Cox exclama:
"acaso estaban locos? (ver El Batallón de San
Patricio, editado por La Prensa, México, 1963).
Eran los tiempos en que las jerarquías (los
historiadores dicen siempre que el pueblo) mexicanas creían que la solución de
los problemas del país estaban en el exterior.
Los españoles y los criollos
trajeron la masonería del rito escocés y andando el tiempo con ellos llegaron
los escuadrones franceses de Napoleón III. Poinsett, el estadounidense
extraordinariamente hábil para convencer con su oratoria y con su oro, trajo la
masonería del rito yorkino para los federalistas y tras de Poinsett llegó el
ejercito estadounidense para llevarse el 51 por ciento del territorio mexicano.
Pero mientras Europa y Estados Unidos chocan en
México para ver quién implanta su soberanía en el continente, el pleito entre
centralistas y federalistas mexicanos se vuelve vulgar:
"La polémica de
los grupos masones escoceses y los yorkinos cae muy bajo, tanto en el tipo y
naturaleza de los ataques, como en su estilo. La diatriba y el insulto dominan;
escasamente aparece el ingenio" (Jesús Reyes Heroles, op. cit. Vol. II ) Y
los masones de ambos ritos ensucian tanto la atmósfera política que el Congreso
Veracruzano envía al Soberano Congreso General el 7 de enero de 1828 una
iniciativa de ley para que cese en la república toda clase de reunión secreta
masónica sea cual fuere su rito, denominación y origen".
7
De todas maneras hay que ir a hacer frente al
insolente y bien preparado ejercito de los estadounidenses y alguien tiene que
hacerlo pero nadie se mueve para hacerlo. Todos hablan exponiendo su utopía de
cómo debería ser el México perfecto. Se habla entonces, de racionalismo y de
metafísica, o de federalismo y centralismo, cuando deberían estar hablando de
guerra. Pero nadie da dos pasos hacia el frente del norte.
Entonces Santa Anna, la figura más venerada y
más maldecida de nuestra historia (once veces mandatario de la nación unas como
presidente y otras como dictador y casi siempre solicitado por tirios y
troyanos para que les hiciera el favor de conducir al país (ver Santa
Annade Rafael F. Muñoz, editado por el Fondo de Cultura
Económica, México, 1984 ) se pone a la cabeza de varios miles de hombres y
marcha a enfrentarse a los invasores.
En esta
guerra los Estados Unidos atacan primero por el norte y más tarde, ya el
ejercito a las ordenes de Wilfield Scott. desde el oeste, es decir entrando por
el puerto de Veracruz (ver Los Orígenes de la
Guerra con México. de Glenn W. Príce, editado por Fondo de Cultura
Económica, México, 1974).
No hay carreteras ni vías de ferrocarril ni
barcos de guerra. Sólo los viejos caminos reales por los que los españoles
sacaban el oro o bien a través de los milenarios senderos indígenas.
Literalmente
hay que caminar. Seiscientos kilómetros al paralelo de la capital de Zacatecas
y casi otros dos tantos más a través de la llanura desértica y de las dunas de
arena.
Este “ejército” no cuenta en la realidad
con vías de aprovisionamiento ni con servicios sanitarios ni con tropas
de repuesto ni con tropas de reserva ni con guerrillas que le protejan
los flancos y acosen al enemigo en una maniobra de desgaste ni cuenta tampoco
con tesorería.
No es una
guerra a profundidad la que han emprendido sino un "raid" de una
multitud de paisanaje valiente y bien intencionado y casi sin armamento que no
sea otro y escaso que conservan de la guerra de independencia.
Descalzo, mal vestido y pésimamente alimentado. Dos
mil kilómetros de marcha a pie en la llanura desértica sin agua, donde las
temperaturas normales del día son de 48 grados centígrados y algunos grados
bajo cero por las noches. El que conoce el país entiende que el famoso cruce de
Napoleón por los Alpes europeos viene siendo como un paseo de comadres en día
de mercado.
Los norteamericanos sólo dejan que pase el tiempo
para que todo se caiga por sí mismo. Cuando el ejército mexicano llega al lugar
donde debe presentar su primera batalla, la mitad de ese ejercito ya ha muerto
por enfermedades intestinales, por hambre, por deshidratación y otros han
desertado.
Los estadounidenses sólo esperan. Esperan en sus mismos lugares,
frescos, descansados, bien avituallados, cerca de sus vías de aprovisionamiento
y se puede decir, con toda una nación unida por la propaganda de guerra
bien llevada por el presidente Polk. Lista e impaciente y ambiciosa, espera
para apoyar a su ejército hasta las últimas consecuencias contra los bárbaros
mexicanos, indios de piel cobriza, asesinos de mujeres, ancianos y caníbales
comedores de niños.
Para los estadounidenses Polk debe ser uno de los
tres hombres más grandes de su historia. Su propaganda de guerra ha unido para
entonces a toda una nación y al mismo tiempo su diplomacia, su intriga y su oro
ha dividido en su mismo seno a México. Sus ejércitos de tierra y de mar y sus
guerrillas están listas desde hace ya varios años no sólo para esperar al
ejército mexicano sino para derrotarlo y penetrar hasta el mismo Zócalo de la
ciudad de México.
No obstante, en la batalla de Buenavista, el tercer enfrentamiento con las fuerzas
invasoras del general Zachary Taylor, los mexicanos, comandados por Santa Anna,
se batieron valerosamente obteniendo tres triunfos en el que no dejan
sobreviviente alguno de los soldados estadounidenses.
Hasta los oficiales y el general responsable en
cada sitio es pasado por las armas. Para salvarse algunos se hincan y juran que
también ellos son católicos. De todos modos mueren.
Pero esos
triunfos no son la victoria final. En realidad eso fue todo. El parque se ha
agotado, las provisiones ya no existen, las tropas de repuesto no llegan. Los
conservadores y los liberales seguían
peleando entre sí y el ejército
de Santa Anna no recibió refuerzos.
Cuando se le acaban las balas a Santa Anna
es la hora, el día preciso, en que los Estados Unidos van a empezar a crecer en
la medida que México se hunde. Su cuidadosa visión de años apenas empieza a
echarse a andar para dominar al resto del continente más allá de México y
después extender su influencia militar, económica y cultural por todo el mundo.
El conde de Aranda, español
con elevado cargo en el gobierno de España, ya había advertido con respecto a
Estados Unidos con toda antelación en el memorial de 1783 :"! Vendrá un
día que será gigante, un coloso temible en esas comarcas", pero ni
españoles ni mexicanos le hicieron caso.
Atacan los estadounidenses por tres rumbos de
manera simultánea que comprenden varios puntos de la frontera norte, por el
Pacífico en sus enormes y modernos barcos de guerra y por el puerto de Veracruz
en el Golfo. Nada puede pararlos. Los pueblos del continente guardan un
precavido silencio con excepción de Honduras que protesta por la invasión a
México.
Los países hegemónicos de Europa protestan pero no
por la suerte de los mexicanos sino porque ven que una nueva potencia acaba de
saltar a la palestra y es ahora un potencial enemigo que puede ir
arrebatándoles colonias como, efectivamente, pronto lo hará con España en
todo el continente americano.
Al
mismo tiempo advierte, mediante la doctrina Monroe, que
nadie meta las manos en estos países y todos aquellos que de alguna manera
permanecen hasta ese momento irán siendo sacados gradualmente (ver La
Guerra Secreta en México. de Friedrich Katz. dos tomos. editado por ERA.
1983).
Ante la endeblez de los ejércitos mexicanos la
población civil heroica del puerto de Veracruz (ver La
Ciudad de Veracruz, de Leonardo Pasquel, editado por
Citlaltepetl México. 1960), la de la ciudad de México, de Monterrey y la de
Matamoros, les hacen frente con escobas, arrojándoles piedras desde las
azoteas.
Hombres,
mujeres y niños, tenderos, sastres, albañiles, campesinos defienden su patria y
tratan de revertir lo que los políticos, los economistas y los militares no
pudieron hacer (ver La Guerra del 4 7 y la Opinión Pública,
de Jesús Velasco Márquez, editado por SepSetentas. México. 1975).
Los irlandeses combatieron hasta el fin.
Estuvieron peleando con afán y "testarudez irlandesa" y como
solamente los hijos de la bella Irlanda sureña saben hacerlo aun a través de
los siglos cuando de causas justas se trata.
Lucharon
entre los bosques de Padierna, en el lado norte de los contrafuertes de
la montaña Ajusco, arriba de Tlalpan. Los mexicanos de Influencia y mando siguieron
peleando entre ellos y después ya no supieron qué hacer y se perdió la guerra.
El pueblo 'bajo", empero, continuo peleando
como pudo. O tal vez sería correcto decir que se siguió suicidando conservando
la esperanza que podía modificar el resultado de esta guerra. Desde las azoteas
con ladrillos o en las bocacalles intercambiando palos contra bayonetas.
En las calles del actual Correo Mayor, atrás de
Palacio Nacional, las turbas del pueblo civil lograban aislar a soldados
estadounidenses y prácticamente los desmembraban. Pero luego el ejército de
ocupación hacia fusilamientos de escarmiento.
Los mexicanos se replegaron al ex convento de
Churubusco, con sus valientes generales Pedro María Anaya y Manuel Rincón a la
cabeza, donde se hizo una defensa con actos de mucho valor. Aquí Juan B.
Argüelles fue comandante de artillería.
Había sólo siete piezas de artillería (algunas se
conservan en el lugar), pocas municiones que tuvieron que repartirse entre 800
defensores para enfrentar a 8 mil invasores. Estaban participando en la
resistencia los batallones Independencia, Bravos y Tlapa, las compañías de San
Patricio y fracciones de tropas en retirada que se habían ido agrupando en aquel
lugar perteneciente a los batallones de Chilpancingo y Galeana.
Fue la tercera vez en la historia de este país,
después del sitio de México- Tenochtitlán en 1521,y el de los 83 días del sitio
de Cuautla en 1812, que un grupo reducido de mexicanos vendía cara su libertad
frente a un mundo todopoderoso que los sitiaba para esclavizarlos.
Pelearon aun después que se les terminaron las
municiones, a bayoneta calada, con la verdadera furia que da la impotencia. Pero
el enemigo era abrumador en número y en armas. El 20 de agosto de 1847 Anaya
rindió la plaza para evitar que se siguiera con aquella carnicería inútil.
Se perdió la guerra, se perdió el país. Pero más
grave que perder los territorios fue la pérdida de la fe de que alguna
vez las cosas pudieran hacerse como tendrían qué hacerse en el bien material
del pueblo y en la conservación de su cultura, incluidos los aspectos
espirituales.
Si no Llevaron a cabo los estadounidenses la
anexión total de México en esa ocasión fue debido a condiciones políticas
internas entre ellos que no es el lugar aquí para analizar.
Pero sí hubo la advertencia que si se negaban a
firmar los mexicanos un tratado de paz jamás se les permitiría a los cuerpos
Legislativos reunirse en parte alguna, por lo que de hecho la advertencia
de disolución total estaba en la puerta.
Entonces
firmaron el documento Guadalupe-Hidalgo.
8
Patricia Cox nos da una postrer visión de los
"colorados", como se les decía a los irlandeses, debido al color rojo
de su cabello, cuando los norteamericanos hacen prisioneros a los que ahí se
encontraban. A los irlandeses los condenan a muerte:" Tiraron lo caballos
de los carros y los cuerpos de treinta y dos hombres se balancearon sin apoyo
bajo sus pies en horribles contorsiones".
También nos describe a ese pueblo por el que ellos
habían dado su vida, Era como siempre en esta lucha, gente casera y menuda:
'.EI pueblo presenciaba la última escena de aquel drama, su propio drama. En
carne extranjera. No podía hacer nada, impotente y desarmado. Algunas mujeres
que acompañaban a fray Román y a los carmelitas de San Ángel rezaban con
lagrimas en los ojos, mientras los pies descalzos de los frailes se afirmaban
sobre la tierra desnuda".
Y
sobre las cabezas, cubiertas por los rebozos de las mujeres que rezaban, los
pies de los irlandeses oscilaban llevados por el viento. Pensaban,
seguramente, que lejos, muy lejos,
muchas madres irlandesas ya no volverían a ver a sus hijos.
Fue el último episodio de esa guerra. El
documento en el que se plasma el desmembramiento de los territorios del norte
se conoce como Tratado de Guadalupe -Hidalgo y
fue firmado eI 2 de febrero de 1848.
En el Diccionario
Enciclopédico de México, de Humberto Musacchio. 2 tomos. Editado por
Andrés León, México. 1990. encontré el siguiente postrer dato y es que de los
260 irlandeses que se habían unido a las fuerzas mexicanas para cuando se da la
batalla de Churubusco, ya sólo quedaban con vida 72:
"Quedaron 72 que
fueron condenados a muerte por los invasores con excepción de su capitán (John
0' ReilIy) Y otros soldados que.,se dice. Lograron escapar y en los
combates fueron muriendo en tanto el Frente de batalla retrocedía hacia el sur.
En el Museo de las Intervenciones hay una placa, de unos dos metros de alto por
uno y medio, que contiene 71 nombres de estos irlandeses con el capitán John O
Relly al principio y el de Lewis Preifer al final y dice:"En memoria de
los soldados irlandeses del heroico Batallón de San Patricio, mártires que
dieron su vida por la causa de México, durante la injusta invasión
norteamericana de 1848".
De los prisioneros fueron torturados y
ejecutados 16 en San Ángel 16 en Mixcoac y los demás en Tacubaya. Cerca de la
plaza de San Jacinto en San Ángel, se encuentra una lápida que señala el sitio
donde fue ejecutado un grupo de ellos".
Esto apenas es una balada que canta el valor de
los irlandeses en tierras mexicanas. Pero, estamos seguros, algún día alguien
escribirá otra historia épica o mucho mejor, una novela, de estos
"colorados" que se sume al bello trabajo de Patricia Cox y ambos sean
leídos de hijos a nietos, en las generaciones que están por venir, en México y
en Irlanda. Estas jóvenes y valientes vidas, y el dolor de las madres de estos
irlandeses que jamás regresaron al país de San Patricio, se lo merecen.
LA SUERTE DE LOS
IRLANDESES
(Lennon-Ono)
Si tuvieras la suerte de los irlandeses
Te lamentarías y desearías estar muerto
Deberías tener la suerte de los irlandeses
y en su lugar desearías ser inglés
Un millar de años de tortura y hambre
Ahuyentaron a la gente fuera de su tierra
Una tierra llena de belleza y mararavillas
Fue violada por los bandidos británicos ¡malditos! ¡malditos!
Si se pudiera guardar voces como flores
Habría un trébol sobre todo el mundo
Si se pudiera beber sueños como arroyos irlandeses
El mundo seria alto como la montaña de la alborada
En Liverpool nos contaron la historia
De cómo los ingreses dividieron la tierra
Del dolor, la muerte y la gloria
y los poetas de la vieja Irlanda
Si se pudiera hacer cadenas con el rocío de la mañana
El mundo sería como la Bahía Galway
Caminemos como arco iris como duendes
El mundo seria una gran piedra de Blarney
¿Por qué diablos están ahí los ingleses?
Mientras matan con Díos de su lado
Culpan a los chavales y al IRA
Mientras los bastardos cometen genocidio ¡Sí! ¡Sí! Genocidio!
Del disco "Some Time in New York City
(1972).