SCHOPENHAUER, INFORMACIÓN O FORMACIÓN


 

Comer el platillo original que prepara el cocinero, o comer la regurgitación que otros hace de esa comida original.

Conocer el pensamiento original de los pensadores o leer la interpretación que otro hace de aquel pensador original.

Así era el mundo de antes, en singular.

En el siglo veintiuno habla el presidente, en la rueda de prensa, a veinte enviados de los medios de comunicación, y al día siguiente el público tendrá veinte interpretaciones. Versiones diferentes de lo que el presidente dijo. Lo mismo que si los reporteros saquen de sus grabadoras o que tengan en sus manos, en papel, el comunicado oficial de la presidencia.

Esto es así porque cada medio informativo, sea periódico, revista o canal de televisión, tiene su modo de ver el discurso del presidente.

Desde este principio nadie está engañando al público, sólo está dando la manera en que ese medio ve la situación que dijo el presidente.

Si el presidente leyera  lo que  veinte medios publicaron, exclamaría alarmado ¡Todo eso dije!

Si la interpretación que se hizo fue real o fue falseada, a propósito, es otra historia que no viene al caso. No es la intención de esta nota.

Ese medio de información tiene su público y le va creer “sin lugar a dudas”. Diario y lectores se retroalimentan.

La calle que ve el policía no es la calle que ve el sociólogo. La calle que ve el geólogo no es la misma que ve el predicador religioso que va de puerta en puerta  diciendo su verdad. La calle que ve el que vende tacos con lechuga sin desinfectar, no es la calle que ve el médico de la Secretaría de Salubridad.

En el mundo no hay conspiraciones, sólo existen abstracciones (sacar una parte del todo).

El hombre del costal que lleva sobre el hombro su misteriosa carga sólo existe para el que quiera ver el hombre del costal. Si otros le dice que sí existe el hombre del costal, y se la cree, es que al crédulo le faltan vitaminas culturales.

Cada uno ve lo que quiere ver, no lo que puede ver.

En el mercado   de usado busco  una chamarra color verde pistache, y no me interesan las otras cien opciones del aparador.

Para ver en el gran angular del fotógrafo se requiere estar dotado de vitaminas culturales que la mayoría, al noventa por ciento, no tenemos.

 Y aun, así,  nosotros mismos podemos meternos un autogol. La Beatriz  Portinari, mortal, puede parecernos la bellísima Beatriz metafísica que vio Dante. O el chaparro feo que soy puedo parecerle a aquella muchacha más galán que el mismo Robert Redford.

 Así vamos por el mundo viendo lo que queremos ver.

Particularmente en la cultura en la que estoy inmerso, a la que pertenezco, o la que me pertenece.

Una  cultura  tiene sólo una pierna para moverse, otra tres, otra ocho. La cultura occidental tiene dos piernas, que son razón y fe.

Sabemos que esto se inició en Europa y sus remotas provincias que pudo conquistar. Pero razón  y fe aparecieron también en América India,  de manera completamente original. Y salvo sus circunstancias, se puede hablar de una misma dualidad  en el modo de  pensar.

Algunos  a la razón y a la fe le llaman causalidad y  “cosa en sí”, respectivamente.

 El que hable nada más del fenómeno estará hablando de otra cosa, pero no de la occidental. Lo mismo es para el que sólo habla del noúmeno.

Al llegar al Tercer Circulo Dante no hizo abstracciones, ni estando en el infierno. Habló de  fenomenología junto con espíritu.Describió al demonio Cerbero, terrible can de tres cabezas y cola de serpiente que, con sus garras, sacaba sangre de los espíritus.

Nos guste o no así es en occidente. La materia necesita el espíritu para que siga su portentosa evolución que empezó desde el mono. Y el ángel requiere de la materia para poder manifestarse.

Todos sabemos que si no hay  platillo inteligente, es decir que si no está balanceado, llegan los triglicéridos y la hipertensión, se tapan las coronarias  y la barriga nos crece.


Dibujo tomado de
El País
11 junio 2016
Así es en filosofía, que luego va a colarse a la literatura, novela, poesía, a los medios de información y de estos a la calle y a las fábricas. Esa es la ruta crítica.

Los políticos en campaña, en tiempo de elecciones, dicen que es al revés. Que todo empieza en la banqueta del barrio popular y luego va ascendiendo hasta conquistar a la academia.

 Un intelectual, digamos, un buen intelectual, no nace de generación espontánea. Tiene que conocer, como dice Jean Wahl, ese gran filósofo francés, la tradición, empezando desde los Presocráticos.

Lo demás es, según  anota   Nietzsche en Aurora, puro periodismo sobre las rodillas. O como es el lugar común: inventar el agua tibia.

En otras palabras,  la cultura occidental está fincada en la Evolución y en la Creación.

 En el fondo  esa  antinomia sólo es otro hombre del costal. ¡No hay tal antinomia!

Por comodidad para su estudio, o por ignorancia, demostramos una fuerte inclinación por las abstracciones. Por eso tenemos  al menos veinte diarios que circulan cada  mañana por las ciudades del planeta.

Es motivo de felicitarnos que exista tal libertad de expresión. En algunos países hay sólo una voz, a estas alturas del siglo veintiuno. Otros tienen veinte diarios. ¡Ojalá tuviéramos cien!

Si bien, la falta de vitaminas culturales no me permiten ver cuándo se pasa de la información a la deformación, que otros llaman formación.

Lejos de atentar contra la tradición cultural, leer a los originales es observar que esa tradición, por medio de la regurgitación, no contenga aderezos que echen a perder la sopa.

Que tanto el carácter empírico(ciencia) como el inteligible (espíritu) sigan su propio camino, sin contaminarse uno y el otro, como los dos rieles de la vía del ferrocarril, que corren paralelas pero en la seguridad que ambos llegarán al mismo destino.

En todo caso yo  decido, por ignorancia o por mi libertad, si me gusta la regurgitación, o  el platillo original.

A eso se refiere Schopenhauer cuando habla de la teoría de lo Ideal y de los Real:

“Leer en lugar de las obras originales de los filósofos exposiciones de sus teorías o, en general, historia de la filosofía, es pretender que otro mastique la propia comida.”

Schopenhauer
“Arthur Schopenhauer [  'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ (?•i)] (Danzig, 22 de febrero de 1788 — Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta.”Wikipedia

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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