SAHAGÚN, LA PRÁCTICA INCREIBLE SOBRE LAS TORMENTAS


 

Detener las tormentas que amenazan hacer daño a las gentes y a las siembras, o desviarlas hacia lugares donde no perjudiquen, es una práctica milenaria en México.

Dentro de la fenomenología esta magia debe tener su lógica, pero es una lógica que ahora ya no comprendemos, de tanto leer a Kant, desde el pensamiento de la cultura occidental.

Está, eso sí, la comprensión exacta del tiempo que hizo posible  la construcción de lo que  se llama “Calendario Azteca”, más exacto en el siglo dieciséis que el calendario gregoriano de los europeos.

Pero es el caso que la gente que realiza estas prácticas son campesinos que no tiene idea ya de las complejidades de los fenómenos atmosféricos como ahora de la geografía moderna. Y del conocimiento ancestral tampoco, pues los hombres de  conocimiento fueron exterminados por los españoles y sus aliados indígenas. Y es de suponer que desconocen los trabajos del gran Fray Bernardino de Sahagún.
Suplicantes en el adoratorio de la
montaña Teocuicani.

Cristianos católicos y heterodoxos dirigen sus
cantos y oraciones hacia el altar católico.

El subconsciente colectivo lo está haciendo
 en dirección norte, es decir, hacia
el Popocatépetl.
El volcán Popocatépetl es el avatar, la residencia,
de Tezcatlipoca.

Revista Los Universitarios,
editada por la
Universidad Nacional Autónoma de México,
agosto 1979

Y, sin embargo, la práctica, mucho del ritual y la magia, persisten en la gente del campo mexicano.   Es desarrollada por los descendientes de los teciuhtlazque, conocidos ahora  como “graniceros”. Tenemos la impresión que ni siquiera saben que son continuadores de una rica y antiquísima tradición. Lo cierto es que esta práctica, auténticamente precristiana, sigue llevándose a cabo en muchas partes del campo mexicano.

Es como una especie de intuición que conoce sin pensar ni cálculos previos y, sin embargo, con sorprendente exactitud. Algo semejante  a lo que Schopenhauer dice de la virtud y la santidad: “Proceden no de la reflexión sino de las profundidades internas de la voluntad”.

Un día (a la sazón vivíamos en Torreón Coahuila) mi madre colocó en mis manos, de niño de cinco años (lo niños tenían un lugar especial en el ritual a Tláloc, dios del agua), un fragmento  de obsidiana negra  dirigiendo los movimientos de  mis manos en dirección de la tormenta y a través de las cortinas de agua que caían de manera tan impresiónate, al tiempo que ella decía repetidamente “¡Vete, aléjate!” “¡Vete, aléjate!” “¡Vete, aléjate!”

Seguramente la tormenta ya había agotado de manera natural su potencial, pero el caso es que se detuvo y no causó daños a la población. Para la creencia ancestral el conjuro había  dado resultado una vez más.

Me sonó completamente familiar cuando, 32 años más tarde, en el verano de 1972, escuché las palabras “Esperen un poco y verán como llueve”. Estábamos en la cumbre de la montaña Teocuicani (ahora señalada en los mapas como Cempoaltepetl), en los 3,100 m. s. n. m., al norte inmediato de la población Tetela del Volcán,  vertiente sur del volcán Popocatépetl.
Teciuhtlazques pidiendo agua
en la montaña Teocuicani

Periódico Los Universitarios
 

Fue el día en el que Jorge Rivera y yo encontramos la montaña que se le había perdido a la arqueología(ver detalles en este mismo blog con el título “ Teocuicani, la montaña arqueológica”).

La importancia extraordinaria de esta montaña era, y es, que en su cumbre, en la que ahora nos encontrábamos, había un adoratorio que albergaba la escultura de Tezcatlipoca, el dios más grande de todos los dioses.

 Se supone que cuando los españoles y sus indios aliados, avanzaban contra México-Tenochtitlán, los teciuhtlazque, guardianes del adoratorio, escondieron la escultura para evitar sus destrucción.


Después el lugar sufrió la suerte de todo lo del México antiguo, incluidos los aliados indígenas, los soldados lo destruyeron y los frailes lo maldijeron como un lugar en el que se adoraba al demonio. Nadie lo creyó pero todos fingieron creerlo. A los teciuhtlazque se les estigmatizó con el nombre de hechiceros.
Plataforma sobre la que se encuentra el
adoratorio
(escalones de acceso en el NE y en el SO)
Basamento del adoratorio
(accesos en el S y en el SW)

Hipotéticamente la escultura de
Tezcatlipoca se situaba en el lado norte.

Revista Jueves de Excélsior,
México D.F.10/VIII/1972

¿Los humanos son  capaces de manipular, con sólo desearlo,  los elementos naturales?Al menos un pensador, del campo occidental, Schopenhauer, se atreve a considerar un modo heterodoxo de ver las cosas, intuitivo, no siempre reflexivo, cuando dice: “No me sirve de nada ser capaz de decir en abstracto el ángulo exacto…en que debo aplicar la rasuradora, sino lo conozco intuitivamente.”

Esta situación absurda, increíble, para los teciuhtlazque, no es nada diferente dentro del pensamiento europeo cuando pedimos un milagro dentro del cristianismo, por ejemplo, ante una enfermedad terminal: pedimos que se altere todo el proceso natural por una intervención del cielo...

Por fe, llegamos a creer que el milagro se hizo presente. Se abrieron las aguas en el Mar Rojo, Moisés sacó agua de una roca con solo tocarla con una vara, Jesús caminó sobre las aguas del Mar de Galilea, la multiplicación de los panes, se detuvo el sol en Jericó, Santiago Apóstol cabalgando en su blanco caballo derrotando a los moros...

El pensamiento occidental hace sus reglas y actúa conforme a estas premisas. La magia indígena mexicana precristiana también hace sus reglas y sus premisas. Pero desde el siglo dieciséis ya no las conocemos, sólo las creemos, como el católico mexicano cree en el Nuevo Testamento, sin haberlo leído…

En la obra citada de Schopenhauer Lichtenberg, escritor del siglo XVIII, apunta: “otras mentes tal vez piensen las cosas según otras categorías, para nosotros inconcebibles.”

En la actualidad lo que queda de este importante adoratorio, conservando su trazo original, son una plataforma artificial, unos muros de unos treinta centímetros de alto, piso del estuco con dos puertas o lugares de acceso, uno hacia el sur y el otro da al occidente.
Muchas cruces grandes en los bordes del lugar. Cada año, en el mes de mayo (mes de Tezcatlipoca) suben una  cruz nueva.

Era el 3 de mayo de 1972.Los meses precedentes habían sido de mucha sequía y altas temperaturas. El suelo en derredor del adoratorio era de una tierra seca y muy “fina”, de partículas pequeñas. De esas que al pisar se levanta el polvo.
Valle (Cuenca)de México
El monte Teocuicani se localiza
en la vertiente sur del Popocatépetl,
en el estado de Morelos.

“Esperen y verán caer la lluvia” seguía diciendo la voz del campesino anciano, que era el que dirigía la ceremonia de una veinte personas entre adultos, hombres, mujeres y niños que había subido a la cumbre unos caminando y otros en caballos.

Plenamente familiarizado con aquella práctica, por lo que había vivido de niño en la tormenta de Torreón Coahuila, y por lo que en la vida había leído de Sahagún y Duran, ambos cronistas inmediatos a los días de la conquista de México-Tenochtitlán.

Además conocía lugares, cuevas someras, en las cañadas  el suroeste de la montaña Iztaccihuatl, en la cota de los 3,500 metros,en las que se llevan a cabo ceremonias de corte precristiano a las divinidades del agua.
De la obra de Sahagún.
Dibujo del  año de la conquista.
Muy ajustado a la realidad.
A-SIERRA DE PACHUCA
B-SIERRA DEL AJUSCO
C-SIERRA ALTA DE LAS CRUCES
D-SIERRA DE CRUCES BAJAS
E-SIERRA DEL TLALOCAN
(AHORA SIERRA NEVADA)
4-UBICACIÓN DEL MONTE TLALOC
1-IZTACCIHUATL
2-POPOCATEPETL
3-MONTE TEOCUICANI 

 Tan las conocía que en  ellas dormíamos,  en el transcurso de nuestras escaladas, en el flanco occidental  a la Iztaccihuatl. Particularmente en la cañada de Milpulco y la de Alcalican, en el suroeste de la montaña, el adoratorio de  Nahualac, en la cañada central con nombre de Hueyatlaco y la cañada de más al norte, que empieza en el macizo montañoso del Teyotl, conocida como del Negro, y en la cual se encuentra el adoratorio precristiano de El Solitario.
Sistema de cañadas del flanco occidental,
de la montaña Iztaccihuatl, a la que se hace
referencia.
El Adoratorio El Solitario está marcado
con el número 1

No obstante veíamos, con escepticismo, el cielo azul sobre la montaña Teocuicani, el Popocatépetl y hasta donde alcanzaba la vista en todas direcciones, y sólo  alguna nubecilla blanca y lenta.
que nos decía que tampoco el viento traería nubes de lluvia.

Media hora después empezaron a caer gotas de agua, tan grandes, que se hundían en la tierra fina y seca.

 El viejo  y contemporáneo teciuhtlazque nos dijo: “Les dije  que llovería hoy mismo”. Agregó: “Ahora lo que sigue es enviar el agua, es decir, la lluvia, para los terrenos que la necesitan, porque hay envidiosos que la quieren acaparar para ellos aunque no la necesiten.” ¿Cómo hacen eso?”. “Girando los brazos de esta cruz hacia los rumbos que sea necesario, para allá se va la lluvia.”
Interior del adoratorio, visto desde el acceso sur.

Al fondo el altar cristiano, en  el
lugar residencia de la estatua de
Tezcatlipoca.

En el piso se ven recipientes de copal ardiendo,
y comida, tal como dice Fray Diego Duran que
depositaban, en tiempos precristianos,
los "mantenimientos".
Revista Los Universitarios.

La gente, toda ella de campo, es decir, campesina, seguía quemando copal y cantando en dirección al Popocatépetl. Lo hacían en español y para nada mencionaba a Tláloc, dios de las tempestades del que de seguro ya nada sabían, pero su canto invocaba al “Señor del Agua y los Granizos”.



Le pedían agua. Así, el papel de los teciuhtlazque es de intermediarios. Puede no concedérseles siempre pero a través de los siglos siguen pidiendo, lo que quiere  decir que sí se les concede...

En cierta ocasión Goethe le sugirió a Hölderlin que se apartara de la filosofía pues el razonar lógico no ayudaba a la inspiración poética.

También la magia del México indio es otra dimensión que escapa al razonamiento lógico de la filosofía occidental.

Lo que dice Fray Sahagún de los teciuhtlazque :

“Esta gente cuando veía encima  de las sierra nubes muy blancas, decían que eran señal de granizo, los cual les venían a destruir las sementaras, y así tenían muy grande miedo…Y para que no viniera el dicho daño en los maizales, andaban unos hechiceros que se llamaban teciuhtlazque, que es casi estorbadores de granizos, los cuales decían que sabían cierta arte o encantamiento para quitar los granizos y para enviarlos a las parte desiertas y no sembradas ni cultivadas, o a los lugares donde  no hay sementaras ningunas.”
SAHAGÚN

Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, séptimo libro, capitulo VII.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores